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Es cuando menos llamativo que una de las señas culturales que más nos identifica en el mundo, el flamenco, sea un completo desconocido, aparte Camarón y cuatro o cinco topicazos, aquí en este país y en esta comunidad.
El desconocimiento de su historia, de la riqueza de sus inagotables propuestas musicales o de sus grandes intérpretes, clásicos y modernos, es generalizada en cualquier capa social, sexo, edad o género, pero es del todo preocupante, entre la inmensidad de la gente joven.
Desaparecido de la radio, excepto algún ejemplo aislado ("Flamencos y pelícanos" en R3), y la televisión. Escandalosamente olvidado en los medios de comunicación públicos de la Comunidad Andaluza, que tuvo el cinismo y la torpeza de intentar declararlo bien exclusivo de Andalucía, oir flamenco y saber de el se ha convertido en una tarea imposible propia de japoneses. Por cierto, que en ese lejano país puede que se encuentre una programación más rica y variada que aquí.
Debido a eso cualquier actividad que tenga que ver con el flamenco se convierte en una oportunidad única para no olvidar de donde somos, para pelear por la difusión y el conocimiento de un arte único, pero, sobre todo, para disfrutar de un manantial musical inagotable, enraizado en nuestras entrañas pero vivo, moderno e intemporal.

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