lunes

LOS INTERPRETES de LEON ACOSTA.

a A. Miravent

I
Todo comenzó por enumerar series interminables de sintagmas nominales,
De nombres y adjetivos unidos por preposiciones y comas,
El frenesí de las ciudades en forma de calles y avenidas de más letras,
Compitiendo con el King Kong de celuloide que decía mucho más en menos tiempo,
Piezas de un museo expuestas bajo luces puntuales eran las palabras
O cubiertas de polvo desordenado en sótanos y tiendas de anticuario,
Queriendo decir más de lo posible, con un tiempo inadecuado,
Precipitadas como bellísimas balas de dolor o presidentes honorarios.
Todo comenzó cuando nos hicimos caperucitas entretenidas
En el bosque de los momentos y todas las flores gritaban nuestro nombre
Con los pétalos rebosantes de colores y reconocimiento,
Entre las sombras cada vez más largas de los edificios lanzas.
Todo comenzó rellenando el armario de disfraces y zapatos,
Y esperando pacientemente que combasen las estantes
Con el peso de los libros y los discos, los recuerdos de viajes,
Los recorridos ataúdes de los álbumes de fotografías.
Hay un intervalo con más consecuencias que pasar el tiempo
Repartiendo la interminable serie de los instantes y los retratos,
Como un crupier que no se juega nada y guarda barajas por estrenar
Para todas las ocasiones en que aparece en escena.
Este exceso de alimentos perceptivos, esta obesidad
A la que nos aplicamos con los dedos en el teclado y los ojos con astigmatismo
Nos está conduciendo a la ruina de las conexiones.


II
Me ha tocado yacer en la misma cama que Funes
Y le he pedido a mi madre que eche las cortinas y cierre las ventanas
Para ordenar el rebaño de nubes que pasó ayer tarde.
Le he pedido que mande callar a esa flor de la pasión
Que no para de trepar y polinizar con estruendo.
Le he pedido que no multiplique sus pasos
Por las cuatro mil doscientas baldosas de la casa.
Le he pedido un único guisante sobre el plato,
Para no perderme demasiado entre el acto
De comer y cada contracción y extensión de los músculos
De la cara, el incesante movimiento de la mandíbula y la lengua,
El flujo corrosivo de la saliva y la esfinge de la medusa
Que aparece nítidamente en el anverso más cocido
Con el mismo siena que el reflejo de la sierpe sobre el pecho.
Voy a volverme loco hasta permanecer en silencio,
Quedarme en la cama con los ojos cerrados,
Apagado las veinticuatro horas menos un segundo.
Ya no puedo más transportar.
Me duele la cabeza de recibir tanto y tanto.

III
Observo la hilera en movimiento, las minúsculas antenas
Transmitiendo los datos esenciales para hallar
Al agónico saltamontes que será descuartizado
Con minucia y digerido en la oscura despensa.
Observo el imperativo de seguir, seguir, seguir.
Vamos los indios europeos en caravanas hacia el sol poniente
Con los carromatos de perfil en Internet y los caballitos eléctricos
Relinchando diaporamas de lo último que nos ha tocado sentir,
Parados de tanto proyectar, mudos de tanto mostrar y no decir.
Ya no consigo digerir. Los camareros regresan siempre vertiginosos
Con más bandejas repletas de emociones, sin cubiertos, sin manteles,
Sin un vaso de agua con su pausa transparente
Que ayude a empujar esta montaña de dígitos.
Mi mundo necesita un látigo, un capataz que grite basta
Y vacíe la cabina antes de que explote.
Las palabras chorrean por mis orejas y salpican la mesa que controla
Mi papel de médium. Están desbordadas y no consiguen
Asirse a un único sentido,
Pero los oradores no paran de levantar el dedo y subir a la tribuna.


IV
Hay un coro de multitudes allá afuera
Exigiendo la cabeza del profeta, el que interpretó los signos
Con enigmas que harán correr ríos de glosas.
Su cabeza bautizada rodará cuando la luna
Se coloque de lleno en el centro de la fuente cromática,
Cuando la espada de los que no quieren cambios tenga más fuerza
Y los fieles giren la cabeza hacia los tocados con mitra
Que abrirán el melón de la verdad a la luz de la noche
Y proclamarán la entrada triunfal del nuevo mártir
En el panteón de los insignes. Con los epitafios
Y las solemnes campanillas del incienso,
Las familias satisfechas se retirarán a sus cotidianos aposentos,
Benditos por haber cumplido el más cínico de los gestos,
Colocar ofrendas en las tumbas de los muertos
Para obligarlos a seguir muriendo en silencio,
Porque las que fueron suyas un día, las palabras,
Esas serán sometidas a la rutina del consenso.

V
Tengo sed de profeta.
Siento en la lengua el gusto
Del fuego, el gusto de las heridas futuras
Que dejarán abiertas las puertas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pero que coño dices, León?